“Recuerdo cuánto me conmovió ver que, cuando el avión que me llevaría de Narita a Bogotá estaba comenzando a retirarse de la puerta, varios de los empleados que permanecían en tierra dirigiendo al piloto se despidieron de nosotros haciendo una profunda venia. ¡Que manera tan respetuosa y cálida de desear un buen viaje y de agradecer la visita!. No pude evitarlo y me puse a llorar al sentir que dejaba un pedazo de mi corazón en ese país. Tenía la percepción de que algo muy profundo y misterioso me ataba al Japón. No podía describir qué era, simplemente sentía una conexión muy especial con esa cultura y con su gente”.
Extracto del libro “Mis Dos Sabáticos”.
Cómo olvidar mi primer viaje al Japón en Septiembre de 2012. Como miembro de la junta directiva de Colibrí Flowers, un cultivo dedicado a la siembra y exportación de claveles, había sido elegida para visitar los clientes japoneses más importantes ese año en compañía de una persona del área de mercadeo. Aunque el viaje no me entusiasmaba mucho por que tenía la idea de que Japón era solo biombos y jarrones y los japoneses aburridos e ingenuos decidí aceptar la propuesta por que finalmente, Asia me había dejado muy gratamente sorprendida años atrás cuando había visitado Singapur y Tailandia en el 2008 cuando asistí a un congreso sobre empresas de familia.
Reflexioné y pensé que sin duda Japón tenía que tener su propio encanto. Desde esa primera experiencia visitando al país del sol naciente me di cuenta de lo equivocada que estaba con relación a mi percepción de ésta maravillosa nación y su gente.
Debido al alto volúmen de ventas de claveles que teníamos destinado a éste mercado y a la importancia que nuestros clientes le daban a la presencia de un miembro de la junta durante las visitas a sus instalaciones a este primer viaje siguieron varios.
Fui descubriendo poco a poco una cultura absolutamente fascinante y mágica. Comencé a conocer a cada uno de mis clientes y sus costumbres y aunque las conversaciones eran difíciles por que sorprendentemente no muchos japoneses hablan bien inglés su disciplina y rigurosidad al hacer negocios me demostraron que estaba trabajando con empresas serias y con una ética laboral admirable.
Gracias a la generosidad de las invitaciones que me hacían mis anfitriones durante nuestras jornadas de trabajo conocí excelentes restaurantes donde descubrí un sinnúmero de sabores y texturas nuevas para mi. Nunca olvidaré mi primera experiencia degustando un pedazo de carne wagyu: la suavidad y el sabor me sorprendieron tanto que puedo afirmar con seguridad que nunca he disfrutado una carne más deliciosa y tierna. Algo parecido me sucedió cuando probé el helado de té verde: el color intenso no lo hacía ver muy apetitoso pero decidí darle una oportunidad como un gesto de cortesía.
Al principio su sabor me pareció un tanto extrañó pero a medida que me lo fui comiendo su suave dulzura me conquistó. También me cautivó una fruta que nunca antes había probado: el caqui. Su carnosidad y sabor me fascinaron por que era dulce más no empalagosa. Parecía un durazno pero era chato y con piel muy lisa. Fui ansiando volver todos los años a este increíble país para continuar descubriendo olores y sabores además de cumplir con mis obligaciones como “embajadora”.
Como casi siempre mis viajes de trabajo ocurrían entre septiembre y octubre tuve la oportunidad también de ver el otoño japonés en todo su esplendor. Recuerdo la primera vez que visité Kioto del cual había leído tanto. Recorrí sus hermosos e imponentes templos en medio de bosques llenos de hojas naranjas y amarillas. La armonía de éstos colores y el bermellón de muchas de las estructuras más modernas, el café de la madera de sus estructuras más antiguas y el verde de los pinos me dejaron totalmente enamorada de uno de sus templos más famosos, el Kiyomizu-dera. Deambulé también por el barrio Gion famoso por sus geishas al igual que por su inmenso mercado Nishiki.
Recorrí el Bosque de Bambú de Arashiyama y el encantador santuario Fushimi Inari-taisha con sus 1000 toriis o puertas sagradas. Quedé asombrada con la majestuosidad de cada una de éstas construcciones y prometí volver una y otra vez para poder recorrer tantos rincones especiales que merecían ser visitados.
Por otro lado, al ser Japón un gran conjunto de islas ubicadas entre el Océano Pacífico y el Mar del Japón su gastronomía es rica en pescados y mariscos los cuales tuve la oportunidad de apreciar de primera mano en el famoso mercado del pescado Tsukiji. Hay que madrugar bastante para poder ser testigo de la increíble subasta de atunes donde vi los ejemplares más grandes que he observado en mi vida.
Caminé por interminables pasillos llenos de puestos de comida donde la limpieza y la higiene me sorprendieron. Vi variedades de pescados que nunca había conocido y muchísimas clases de mariscos además de crustáceos extrañísimos como el cangrejo araña. Al final del tour gastronómico tuve la oportunidad de desayunar el sushi más fresco que podía encontrar. Hoy este mercado ha sido trasladado a otra localidad pero se que las subastas continúan aunque con más restricciones.
Pero así como en cada uno de mis viajes quedaba muy satisfecha con la rigurosidad de las reuniones, los resultados obtenidos y la cantidad de descubrimientos que no paraba de hacer notaba que me quedaba muy poco tiempo para visitar lugares nuevos y diferentes a las bodegas de los aeropuertos, las subastas de flores y las oficinas de mis clientes.
Decidí en el 2018 y al cumplir 50 años que quería regalarme un sabático y mi destino no podía ser otro que Japón. Ansiaba recorrer lentamente y sin afán las calles y los barrios de Tokio donde se mezclan en perfecta armonía las tradiciones milenarias de sus templos, la arquitectura moderna de sus rascacielos, las luces de las pantallas gigantes del cruce de Shibuya y la serenidad de sus armoniosos parques.
Después de una meticulosa preparación y muchas gestiones consulares aterricé en Japón en abril de 2018 con una visa que me permitía quedarme como estudiante por un máximo de 90 días. Durante esos tres meses me dedique a estudiar japonés en una rigurosa academia en Tokio de lunes a jueves y a recorrer, durante los fines de semana, todos los rincones del país que no había tenido la oportunidad de visitar durante mis viajes.
Poco a poco mis oídos se fueron acostumbrando a la entonación japonesa y mi memoria al desarrollado sistema de trenes que atraviesa la ciudad y así, a los pocos días de haber llegado, ya deambulaba por la capital con mucha confianza y tranquilidad por que además sabía que aún siendo esta ciudad la más poblada del mundo (37 millones de habitantes) era extremadamente segura. Me parecía increíble cómo, en mi ruta diaria, encontraba con frecuencia elementos como llaveros, guantes y gorros dejados sobre algún lugar visible para que la persona que los había perdido pudiera encontrarlos fácilmente.
Eso solo podía pasar en Japón donde lo ajeno tiene dueño. Simultáneamente, con el correr de los días fui entendiendo cada vez más las expresiones comunes del japonés y aunque me costaba hablar el idioma, me hacía entender.
La escritura fue otra cosa: aprender a escribir dos de los tres abecedarios utilizados fue una proeza por que mi mano no estaba acostumbrada a dibujar los hermosos trazos del hiragana y el katakana. Fueron muchas las horas que le dedique a las planas que me ponían de tarea en mi instituto con el fin de lograr soltar la mano.
También me esmeré diariamente en repasar cada lección aprendida y a preparar cada capítulo nuevo que íbamos a estudiar. Llegué a pasar más de siete horas estudiando vocabulario, trazos, sonidos y expresiones. Lastimosamente por más esfuerzos que hice mi aprendizaje fue limitado por que me costaba mucho trabajo asimilar tanto conocimiento en tan poco tiempo.
Afortunadamente con lo poco que aprendí me hice entender bastante bien por que además los japoneses agradecían y alababan mi esfuerzo al tratar de expresarme en su idioma.
Al final de mi fabulosa estadía había recorrido el país de norte a sur (desde la ciudad de Akita hasta la isla de Ishigaki) pasando por Naoshima (la increíble isla del arte) y Koyasan (Monte Koya) y cerrando mi periplo con el famoso Kumano Kodo (peregrinaje budista shintoista).
También visité el fascinante Monte Fuji y sus alrededores y el encantador pueblo de Nikko. Como ya en un viaje de trabajo anterior había tenido la suerte de conocer Osaka y Fukuoka decidí dejar estos destinos por fuera de mi ocupado itinerario al igual que Hiroshima.
A ésta ciudad me había escapado durante un fin de semana de trabajo y recuerdo que me marcó por que, aunque en ella se han edificado impactantes museos y parques con el ánimo de dejar atrás lo sucedido con la bomba atómica, aún hoy es imposible olvidar que hace 80 años ésta ciudad, al igual que Nagasaki, fueron prácticamente borradas del mapa como represalia por el bombardeo que Japón hizo a la base militar americana de Pearl Harbor.
Como estos tres meses de intensas horas de estudio y maravillosos descubrimientos dejaron una profunda huella en mi alma decidí plasmar todos mis aprendizajes y proezas en un libro que escribí durante la pandemia del Covid 16. Siempre había querido escribir un libro pero solo hasta que terminé mi deseado sabático tuve el tema claro. Y cuando llegó la pandemia y tuve tiempo libre decidí que la mejor manera de aprovechar ese espacio era retomando mis recuerdos y echando mano a todos los datos que guardé de mi sabático: soy muy juiciosa armando itinerarios de viajes y recolectando mapas, folletos e información que me pueda ser útil.
Durante tres meses me embarqué diariamente en un vuelo imaginario a Japón con el propósito de recordar los pasos andados y los sentimientos vividos. Me levantaba a la madrugada a escribir y ya sobre la media mañana regresaba de nuevo a mi realidad, donde la incertidumbre de la pandemia me recordaba lo afortunada que había sido al poder viajar tan lejos en un momento donde nadie imaginaba cómo la vida de todos iba a cambiar un par de años después.
Hoy me siento bendecida por haber podido descubrir una cultura tan maravillosa como la japonesa. Sin duda, Japón y sus habitantes me han abierto sus puertas con generosidad cada vez que los visito. Este gran país dejó una huella muy profunda en mi corazón desde mi primer viaje de trabajo y en cada estadía experimento con todos mis sentidos las maravillas que ofrece a todo el que lo visita.

