Desde pequeña me ha gustado la aventura: no me da miedo montarme en una montaña rusa, un caballo brioso, un carro de carreras, un globo o en un ultraliviano. No pienso que voy a marearme, ni que me voy a caer y, mucho menos, que me voy a morir. A pesar de tener dos hijos, no he dejado de hacer cosas por temor a dejarlos “solos”. Siento que he vivido mi vida de manera intensa pero responsable. Por eso, nunca le digo no a un paseo en moto: es una experiencia única y muy emocionante.
Recorrer los campos, las laderas de las montañas y los caminos de herradura en la Himalaya de mi esposo me genera asombro y serenidad. Cruzar los ríos y las cañadas salpicando agua me devuelve a mi niñez. Y acelerar para poder remontar un terreno fangoso me llena de emoción. Disfruto mucho de estas escapadas porque, en pocas horas, llego a lugares especiales pero retirados, como Villa de Leyva, Guatavita y Choachí.
Hace poco conocí la Cuchilla de Cáqueza y me impresionó su majestuosidad. Aunque tuvimos que caminar el último tramo para llegar al punto más angosto, fue una experiencia única. Ver los precipicios a ambos lados, que se extienden por muchos metros, es desafiante, pero sentir el viento en la cara y ver los amplios vacíos entre montaña y montaña dan ganas de elevarse y volar.
Creo que la adrenalina que me generan algunos retos, que para muchas personas pueden parecer peligrosos, es lo que mantiene activa mi curiosidad y mis ganas de «comerme el mundo». No se trata de desafiar las leyes de la naturaleza, y por eso nunca he puesto mi vida en riesgo, pero tampoco me niego la posibilidad de dejarme sorprender para sentirme capaz y llena de energía.
Atrévete a hacer planes diferentes y emocionantes: te sentirás renovada y llena de vida.