Con el correr de los años los seres humanos pasamos de ser niños a ser adolescentes, luego llega la juventud y finalmente, nos convertimos en adultos. Durante todas éstas etapas adquirimos conocimientos, experiencia, madurez y seguridad en nosotros mismos pero también perdemos inocencia, imaginación y creatividad. Si no hacemos un esfuerzo por mantener nuestras mentes curiosas y nuestros sentidos alerta corremos el riesgo de perdernos de muchas maravillas que se suceden a diario y que son pequeños milagros que nos permiten vivir agradecidos con la vida, la naturaleza y con Dios.
Cuando visité Japón por primera vez la vida me cambió. Nunca antes me había impactado tanto una cultura. Me sorprendió inmensamente su culinaria: descubrí nuevos olores, sabores y texturas al igual que la exquisita presentación de sus platos. Me impresionó también su perfección a la hora de diseñar parques y jardines gracias a su sensibilidad por la estética.
Me deslumbraron igualmente sus hermosos kimonos, su delicada caligrafía y sus arreglos florares basados en el arte del ikebana. Toda esta explosión de estímulos me permitió conectarme de nuevo con mis ojos, mis oídos, mi paladar y mi nariz. Me volví una especie de esponja que absorvía todo lo que se sucedía a mi alrededor.
Muy seguramente el poder ser un testigo mudo de tantas cosas nuevas me volvió más sensible de lo que soy y me inspiró a plasmar en mi libro (“Mis Dos Sabáticos”) los detalles de mis experiencias mientras viajaba por el país del sol naciente y en especial, durante mi sabático de noventa días. No pretendía transmitir tantas sensaciones ni detalles pero sin querer mi corazón me fue dictando lo que debía escribir y eso se dio gracias a que mi capacidad de asombro se despertó después de estar dormida por muchos años. Fui muy afortunada al poder percibir tanto de un destino tan apartado pero soy una convencida de que si volvemos a dejarnos sorprender por las pequeñeces del diario vivir podremos recuperar esa capacidad de ver magia en los detalles.
Te invito a dejar por momentos tu rutina y reflexionar sobre los regalos que recibes a diario: el aire que respiras, un abrazo cariñoso, una llamada especial, una sonrisa, un beso, el rocío de la mañana, una manifestación de cariño de tu mascota, un desayuno caliente, una cobija peluda, un día de sol, el verde de las montañas, una conversación amena, un pájaro volando. Son muchas las bendiciones que nos llegan todos los días de manera gratuita y que podemos aprovechar si nos dejamos asombrar por la vida.
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