El pasado fin de semana tuve la fortuna de visitar la ciudad de Boston, donde pasé parte de mi juventud. En esta increíble ciudad culminé mi bachillerato y mis estudios universitarios. Fueron años de mucho esfuerzo y dedicación, pero logré superar la barrera del idioma y los choques culturales que se dan cuando se vive en un país extranjero.
Conocí personas de todas partes del mundo y tuve la oportunidad de hacer un intercambio que me permitió perfeccionar el francés mientras estudiaba a los Impresionistas y la Revolución Francesa. Al regresar de mi periplo, me gradué de mi alma mater como economista con una especialización en estudios internacionales.
Hoy, miro hacia atrás y veo que ya en esos años estaba dando mis primeros pasos como amante de los viajes: recorrí Boston y sus alrededores, viajé a las montañas de Colorado y pude ver la nieve en su mejor expresión, deambulé por los barrios de Nueva York y pude deleitarme con su gastronomía y su riqueza cultural.
Y cuando viví en París por seis meses, tuve la oportunidad de conocer la Costa Azul, así como Florencia, Roma, Venecia y otras poblaciones italianas más pequeñas pero igualmente hermosas. El gran salto lo di cuando me embarqué a la Unión Soviética para conocer Moscú y San Petersburgo en un viaje de siete días que me marcó para siempre, pues constaté por primera vez la fría realidad de un país comunista.
Todos estos países y ciudades dejaron una huella muy profunda en mí, y cuando reflexiono sobre por qué viajar me gusta tanto desde joven, llego a varias conclusiones:
- Cuando me monto en un avión dejo atrás preocupaciones, obligaciones y rutina.
- Al llegar a mi destino me dejo sorprender por el paisaje, la gastronomía, el clima, el idioma y las personas con quienes interactúo.
- Dejo mi mente volar y me doy la libertad de recuperar ilusiones y sueños que he dejado pendientes.
- Camino por horas, monto bicicleta y duermo muy bien. Por encima de todo, me doy gusto disfrutando de lo mejor de la gastronomía.
Así que cuando llego de regreso a casa, estoy descansada, inspirada y llena de energía para retomar mi vida donde la dejé. En conclusión, mis viajes me permiten poner mi vida en “pausa” por un ratico, lo cual creo es muy sano.
Te invito a darte un respiro y a buscar el equilibrio entre el trabajo y las ocupaciones, regalándote un viaje a ese lugar que siempre has soñado conocer.