Cuando decidí hacer realidad mi sueño de tomarme un sabático de tres meses, sabía que implicaría mucha preparación, ya que tenía numerosas responsabilidades: un esposo, dos hijos y un hogar que debía dejar organizados, además de un trabajo a tiempo completo. Sin embargo, estaba dispuesta a dar la pelea, ya que intuía que todos mis esfuerzos se verían recompensados una vez que pisara suelo japonés y comenzara mi gran periplo.
A medida que avanzaba en mi proceso, descubrí que lanzarme al vacío para cumplir un gran sueño también implicaba renunciar a la comodidad de mi apartamento, a la compañía de mis seres queridos y a la seguridad que me proporcionaban mi rutina y mis hábitos. Sin embargo, las ganas de viajar y conocer profundamente la cultura nipona me dieron el impulso que necesitaba para dejar atrás mi zona de confort y aventurarme.
Lo que experimenté una vez que llegué a Japón fue un tsunami de sentimientos: alegría, tristeza, felicidad, ansiedad, miedo, frustración, serenidad y un profundo respeto por la cultura japonesa. A diario me enfrentaba al desafío de aprender nuevas palabras, montarme en trenes con destinos diferentes mientras recorría Tokio (la ciudad más grande del mundo), almorzar sola, terminar eternas tareas de gramática y fonética y coordinar fabulosos viajes a los destinos más remotos del país del sol naciente.
Durante los 90 días que permanecí en Japón, me sentí más vulnerable que nunca, pero al finalizar mi travesía, los desafíos que logré superar y los miedos que pude conquistar me demostraron que era «la heroína de mi propia historia» (pág. 246).
«Ármarte de valor, deja tus temores". |
La vida es muy corta, y las oportunidades llegan y no regresan. Hacer realidad los sueños implica esfuerzo, sacrificio, trabajo, renuncias, y todo esto da miedo y, muchas veces, pereza.